VIAJE DE ASAFAL A CANFRANC

Aprovechando la celebración del puente del primero de mayo, un grupo de amigos de Asafal se desplazó hasta la pequeña localidad oscense de Canfranc para poder descubrir su portentosa estación ferroviaria y también la línea que la unía con Pau, en Francia. Este magno enclave, hoy infrautilizado y sin comunicación ferroviaria internacional, gozó de una esplendorosa pero efímera vida entre los años 1928 y 1970, fecha en la cual dejó de operar tras el descarrilamiento de un tren en el lado francés.

La expedición partía el viernes 30 de abril a primera hora en el renqueante Talgo que sigue uniendo Almería con la Estación de Atocha de Madrid. La ilusión era máxima entre todos por diversos motivos. Durante tres días dejábamos a un lado nuestros quehaceres y preocupaciones diarias para disfrutar de un viaje que nos llevaría a atravesar toda la península para conocer la actualidad del ferrocarril transpirenáico Zaragoza-Canfranc-Pau.

En la capital de España, siempre muy bulliciosa y más en días de puente, hicimos parada y repusimos fuerzas en el restaurante “O pazo de Lugo” antes de coger el AVE hacia Zaragoza. La afluencia de viajeros en la estación era máxima y exigía que el grupo estuviera concentrado para no perder el tren.

A media tarde llegamos puntualmente a la capital maña a bordo de un AVE S-100 , al contrario de lo que sucedió en el trayecto de vuelta, el cual completamos en un modernísimo S-103 de Siemens. Tras acomodarnos en nuestros respectivos hoteles en el centro de la ciudad, pudimos recorrer las zonas más carismáticas como la Plaza del Pilar y su Basílica. La cena tuvo lugar en el mesón típico “El Fuelle”, ya conocido por varios integrantes de ASAFAL  de una visita anterior. Merece la pena visitar el sitio aunque solo sea por echar un vistazo a su decoración ya que es en sí una especie de museo etnográfico intemporal en el que uno se puede encontrar de todo.  Además, degustamos  algunas de las especialidades locales. De regreso al hotel disfrutamos de la espectacular vista de la Basílica desde el puente sobre el río Ebro y el moderno tranvía que ha regresado a las calles de Zaragoza.

Primer día.

El sábado día 31 de mayo a primera hora proseguimos viaje hacia el norte para terminar en nuestro ansiado destino: Canfranc. El grupo se dividió en dos con el fin de poder recoger los vehículos de alquiler que nos iban a servir para movernos una vez llegados a nuestro destino. Un pequeño grupo partimos desde la misma estación zaragozana de Goya para coger el primer “canfranero” del día. A esa hora, las 5 de la mañana, coincidíamos con algunos jóvenes que se batían en retirada tras una agitada noche de viernes. El pequeño tren que nos conduciría sin prisas hasta nuestro destino recibe el popular nombre de “Tamagochi”, quizá por su escasa longitud. No obstante, llevaba bastantes viajeros madrugadores como nosotros, sobre todo familias de turistas y caminantes. Conforme nos alejamos de Zaragoza y fuimos dejando atrás las llanuras y los polígonos industriales, el paisaje fue mejorando. Algunas montañas escasamente nevadas se atisbaban en el horizonte. Estábamos llegando al pre pirineo. Debido a la falta de costumbre, nos hechizó la visión tras los cristales del pequeño tren de unos campos amarillos, lagos y el verdor generalizado del paisaje.  Los roquedos y los barrancos que atravesamos eran también muy llamativos. Alguna senderista se apeó en la estación de Riglos seguramente para pasear por esas famosas paredes naturales, los mallos.

Llegamos a la estación de Canfranc a media mañana. La temperatura era muy fría, especialmente para un grupo de sureños como nosotros depositados a casi a 1200 metros de altitud con una borrasca amenazante empezando a dejar señales. Tras un reparador desayuno, empezamos a reconocer el terreno de la mano de Alejandro De la Paz, nuestro compañero experto conocedor de todo el entramado de Canfranc y especialmente, de su historia .  Previamente habíamos visitado la oficina de turismo para recoger alguna documentación  con el fin de realizar la visita guiada. Fue algo muy curioso cómo la guía nos contó que hace unos 40 años, varias familias provenientes de la almeriense comarca del mármol decidieron irse hasta Canfranc para explotar unas canteras de mármol negro.

Mientras llegaba el segundo grupo desde Zaragoza capitaneado por nuestros conductores Antonio Aguilera y Rafa Carrasco, empezamos la exploración del inmenso recinto de la estación. En esta latitud el frío arreciaba, pese a lo cual gozamos intensamente de las explicaciones de Alejandro sobre todo lo que pisamos y vimos. En gran parte, las habitaciones estaban degradadas y abandonadas, con el mobiliario arrumbado por doquier… Al menos, el inmenso y majestuoso edificio principal se conserva en buen estado gracias a diversos  trabajos de restauración que se han ido llevando a cabo tras su declaración como BIC, especialmente para asegurar la cubierta.

Desde la perspectiva actual, cuesta hacerse una idea de cómo vivió la Estación de Canfranc sus mejores años. Está claro que tuvo que ser un hervidero de gente. Trabajadores de la propia estación, viajeros y militares de diversas nacionalidades, todos reunidos en medio del valle del río Aragón.  Recientemente se ha constatado y documentado algo que siempre fue un rumor, esto es que, durante la II Guerra Mundial circularon muchos lingotes de oro procedentes del territorio ocupado por los nazis. Una pequeña parte de este oro venía a ser el pago del wolframio (tungsteno) que España proporcionaba a Alemania con el fin de fortalecer los metales empleados en la fabricación de tanques.

Continuamos paseando un  rato más pese al frío y el aguacero que empezaba a hacer acto de presencia. Las cumbres cercanas  aparecían nevadas y la ventisca arrojaba nieve granulada sobre nuestras cabezas. Bunkers, gigantescos hangares, vagones, coches, grúas y una enorme placa giratoria eran los vestigios más llamativos. Todo se construyó de acuerdo al mastodóntico tamaño del edificio y se preparó para ofrecer una gran cantidad de servicios de todo tipo. Hoy día, impone el silencio reinante en todo el recinto junto con su aire de decaimiento y abandono.  La comida tuvo lugar en el restaurante del antiguo hotel Ara, donde se alojaban los camioneros suizos que transportaban el famoso oro por carretera. Después de comer asistimos a una visita guiada a las instalaciones partiendo del vestíbulo principal del edificio. Conocimos un poco mejor la historia a través de la guía local y de los videos donde supervivientes explicaban sus experiencias. Finalizada la visita, realizamos un pequeño recorrido en el “canfranero” de la tarde para llegar hasta Jaca para conocer la estación y, sin apenas tiempo, volvimos a subir al tren que nos devolvería a Canfranc. Finalmente, visitamos también la boca “española” del túnel de Somport cuyo acceso está prohibido ya que, actualmente, es la sede de un renombrado laboratorio científico.

Con la caída del sol, el majestuoso edificio quedó  iluminado con focos de colores que cambiaban cada rato. Además, se proyectaba  sobre el edificio un espectáculo de luz y sonido relatando su historia. Aprendimos también que algunos de los edificios del recinto habían servido en 2010 como escenario de rodaje de la película española “De tu ventana a la mía”.

Segundo día.

El amanecer del domingo primero de mayo en Canfranc fue extraordinario por la sorpresa que nos encontramos al mirar por la ventana. La nevada nocturna había sido importante, por lo que disfrutamos de ese preciado paisaje mientras desayunábamos. Este día lo íbamos a dedicar fundamentalmente a conocer el lado francés de la línea. Pasamos a territorio galo por carretera atravesando el renovado túnel de Somport. Desde la carretera misma íbamos contemplando los viaductos, túneles y las estaciones, ahora abandonadas, que visitaríamos al regreso.  El punto de destino era la localidad de Pau, adonde habría que haber llegado en tren desde la estación de Oloron-Ste. Marie. Por cuestiones accidentales y por muy pocos minutos, no pudimos coger ese tren que nos debería de haber conducido a Pau. Así las cosas, hubo que llegar hasta allí en coche no sin antes curiosear un poco por el mercadillo callejero que se estaba celebrando a escasos metros de la estación de esta pequeña ciudad, Oloron, a la sazón,  sede de la fábrica de chocolates Lindt.

Una vez llegados a la estación de Paul en coche y con la decepción de no haber podido subir a la ciudad en el esplendoroso funicular (estaba fuera de servicio), dimos un paseo hasta el centro histórico donde los manifestantes del  primero de mayo recogían sus bártulos y nos sirvieron de guías. Comimos en la zona centro y regresamos a la estación para, esta vez sí, volver en tren y sin contratiempos que reseñar. Una vez reagrupados en Oloron y ya solo a bordo de los dos coches, iniciamos el regreso haciendo paradas continuas para examinar diversos puntos de interés de la línea que Alejandro había señalado, con atención especial al tramo entre Oloron y Bedous, totalmente renovado para su reapertura el 26 de junio de este año.  Pudimos comprobar con alegría que sí es posible que en un futuro no muy lejano se vuelva a poder viajar en tren entre España y Francia por Canfranc.

Continuamos disfrutando de magníficos paisajes naturales y ferroviarios por el espectacular valle de Aspe, examinando túneles y viaductos como los espectaculares de Escot, que volverá a soportar el paso de los trenes, o ya en el tramo aún cerrado, el de L´Arnousse, muy próximo al túnel helicoidal de Sayerce, así como otros viaductos próximos a las estaciones de Etsaut y Urdos. No fue posible localizar, muy oculto entre la abundante vegetación, el tristemente famoso puente de L’Estanguet, lugar donde descarriló el tren francés que provocó el cierre del enlace internacional en marzo de 1970. Finalmente, pasando por la estación de Les Forges d’Abel, llegamos a la boca francesa del túnel de Somport y a las instalaciones que se montaron para el mantenimiento del túnel. Hoy todo está abandonado salvo por las labores de una central hidroeléctrica muy próxima.

No pudimos abandonar territorio francés sin abastecernos de algunos productos típicos del lugar (quesos, vinos, mermeladas y miel) en un puesto ambulante próximo a la carretera. Allí concluyó la andadura francesa del viaje, con el sentimiento de que habría que regresar para poder conocer un poco mejor todo aquello algún día con más tranquilidad y quizá, quien sabe si a bordo del nuevo tren que vuelva a comunicar Canfranc con Bedous en el futuro.

Llegada la última noche, solo quedaba  reponer fuerzas esta vez en un restaurante del pueblo antiguo de Canfranc para, de regreso al hotel,  disfrutar de la última vista de la Estación iluminada. A la mañana siguiente, desandaríamos el camino hasta Zaragoza pero esta vez por carretera. Una vez en la capital aragonesa y habiendo retornado los vehículos empleados en la expedición, nos subimos esta vez sí en un moderno AVE S-103 que nos conduciría más cómoda y velozmente hacia el sur. En Madrid, la breve parada sirvió para probar el afamado bocadillo de calamares del clásico bar “Brillante”. En la opresiva sala de espera disfrutamos de estos bocadillos a la espera de que se situara otro antiguo clásico, el Talgo que nos devolvería a la realidad de Almería en un viaje triste pero alegre, como son todos los viajes de regreso que se han disfrutado plenamente.

Texto: Francisco Sánchez Domene

Fotografías: Alejandro de la Paz