ASAFAL VIAJA A ÁGUILAS

El pasado mes de octubre aprobamos una asignatura que teníamos pendiente con nuestros amigos de la localidad murciana de Águilas: recorrer el ramal de la antigua The Great Southern of Spain Railway Company Ltd. y visitar el conjunto ferroviario aguileño.

Como todos sabemos, no se puede ir en tren a la provincia de Murcia por el camino más corto, por lo que un autocar grande hizo las veces de tren regional sobre neumáticos. La ocupación a la salida de Almería era de un 65% y en el nudo de Overa, parada obligatoria para el desayuno, aumentó hasta el 82%. Así pues, la “compañía ferroviaria” estaba muy satisfecha de la acogida que tenía este itinerario  entre los viajeros.

Puntualmente, el “tren regional sobre neumáticos”, entró en la estación de Puerto Lumbreras y el pasaje se dispuso a transbordar a un verdadero “caballo de hierro”, aunque en este caso sería “camello”. Y, menudo camello, un MAN 592 con los colores de Cercanías y… ¡¡sin reformar!!, esto es, tal y como llegaron a principios de los años 80. El interventor nos dijo que habíamos tenido la mala o buena suerte, según el aficionado, de tomar el único tren que no había sido sometido a la remodelación de acuerdo con los criterios de la Unidad de Cercanías para los diesel.
El edificio de la estación que habíamos dejado atrás presentaba un buen aspecto, incluso conservaba su reloj, cosa rara, aunque no marcaba la hora correcta; otro aspecto presentaba el entorno (muelle, toperas y vías secundarias, éstas totalmente inútiles), nada acorde con la pulcritud del edificio: recordaba a una persona vestida con un traje impecable pero con los zapatos muy sucios.

Gracias al carril sin soldar, el tren traqueteaba con ese sonido tan característico y que ya no podemos escuchar salvo en estas líneas dejadas de la mano de Dios. El retroceso en el tiempo se hacía evidente cuando accedíamos a la cabina de conducción y podíamos comprobar el estado de la infraestructura, por donde no ha pasado el tren herbicida, o si lo hizo, quizás fue muchos años atrás; sin embargo, el trazado suave, permitía ir a cierta velocidad a pesar del estado de la vía.

Entramos en el otrora importante nudo ferroviario de Almendricos y un sentimiento de pesar se apoderó de nosotros al ver cómo había cambiado todo aquello: vías levantadas, hierbas por todas partes y el eco lejano del bullicio de otra época que retumbaba en nuestras mentes. Dijimos adiós a esta vieja estación y, dejando a la derecha de la marcha la condenada línea del Almanzora,  el “camello” se encaminó por el ramal que nos llevaría a Águilas después de hacer una incursión en la provincia de Almería. Quien sabe, quizás en una próxima ocasión lleguemos a Almendricos en un AVRE (Regional de Alta Velocidad) desde Almería y la estación presente un aspecto totalmente cambiado.
Breve parada en Pulpí, a la que luego regresaríamos, y comenzamos a subir por la Sierra del Aguilón, barrera natural entre la costa y el interior, que obliga al ferrocarril a bordearla a través del Puerto de los Peines a una altitud de 213 m. sobre el nivel del mar. Este trayecto es el más impresionante de todo el recorrido, pues se atraviesan numerosos puentes y túneles de gran belleza, siendo el más importante de estos últimos el situado en el PK. 14’520 de 222 metros de longitud, mientras que los otros cuatro son muy cortos; por su parte, los puentes han sido renovados casi en su totalidad, sustituyendo los tramos metálicos por hormigón, excepto en el puente del Barranco Hondo, PK. 16’383, que conserva una de las vigas originales y existe una limitación de velocidad.

Franqueamos la divisoria, en donde todavía perduran los restos del antiguo apartadero del Puerto de los Peines y comenzamos el descenso hasta detenernos en Jaravía, una preciosa estación que antaño estuvo muy ligada al tráfico de minerales generados por las minas próximas y cuyos restos aún se pueden visitar. A partir de aquí, el “camello” aceleraba alegremente como si la visión del mar, eso sí, rodeado de feos invernaderos, revolucionara sus motores. Una última parada: el apeadero de “El Labradorcico”, en el extrarradio de nuestro destino final y, por fin, entrada en la remozada estación de Águilas. Habíamos aprobado la asignatura.

Ni siquiera nos bajamos del tren, pues una turba de gente grande y pequeña abordó el automotor y se acomodó en los asientos libres. Eran nuestros amigos de la Asociación “El Labradorcico” que tenían organizado una excursión a Pulpí y nos invitaron a acompañarlos. Así pues, doble ración de tren por si alguien se había quedado insatisfecho.

En el transcurso del viaje, ya sin paradas, una bella “interventora”, que no era otra que la Miss Ferrocarril año 2002, nos picaba los billetes y los entregábamos en un sobre  para el sorteo del Viajero del Año. A ver si hay suerte y le toca a alguno de nosotros el viaje.

En la estación de Pulpí, totalmente rehabilitada, tanto el edificio principal como el muelle y su entorno, a los que han dotado de jardinería, el Ayuntamiento de esta localidad almeriense obsequió a los expedicionarios con refrescos y bolsas con bocadillos y repartió balones a los numerosos niños que viajaban en el tren. Un pequeño paseo en un extraordinario día soleado y regreso a Águilas.

Antes de ir a comer, decidimos visitar los restos de los depósitos de minerales y el majestuoso embarcadero metálico de El Hornillo. A pesar del difícil acceso y lo peligroso del recorrido, a través de vías semienterradas y numerosos agujeros destinados a vaciar los vagones de mineral y depositarlos en los grandes silos, era imprescindible observar el entramado, pues es muy posible que en los próximos años o meses lo único que quede sea la estructura metálica del propio embarcadero, con lo que se perderá la perspectiva general del entramado ferroviario y, por lo tanto su fácil comprensión. La presión urbanística es enorme en esta localidad y la zona es muy golosa para los especuladores: el paisaje que se divisa desde este punto es bellísimo.
Fotos de rigor, incluso hubo algunos atrevidos que bajaron al embarcadero, y nos dispusimos a marchar al restaurante que nos esperaba en el moderno paseo marítimo de la localidad. De manera relajada discurrió la comida y dio tiempo a charlar de todo, concluyendo la sobremesa con un brindis con cava por lo bien que lo estábamos pasando.

Quedaba pendiente la visita al Museo del Ferrocarril de la Asociación “El Labradorcico”, que nos esperaban en los sótanos de la estación, en donde se ubica su sede y el propio museo. El entorno es muy propio y el material expuesto de gran valor y muy denso, aprovechando al máximo el espacio con una distribución original para las maquetas de gran escala  que no dejaron de funcionar en todo el tiempo que estuvimos, salvo una por motivos de mantenimiento. Sin prisas, cada cual se centró en lo que más le gustaba y, por último, un audiovisual en el restaurado vagón correo de MZA y reconvertido en sala de proyecciones, puso fin a una visita muy deseada por todos los socios.

Y como no podíamos regresar por la vía férrea, no tuvimos más remedio que tomar el “automotor sobre neumáticos” Águilas-Almería para llegar a nuestro destino a la hora prevista.